La chica del abrazo - Por: Alberto Lotremon


Hace unos meses, cuando empezó la pandemia, no sé si perturbado por toda esa locura de no poder salir de nuestras casas, tuve un sueño muy particular. Soñé que una mujer me abrazaba. 

Lo cierto fue que me desperté con esa sensación, como que sentía todavía conmigo ese abrazo, incluso después de levantado. De todas maneras, no podía recordar con claridad todo el sueño, sino solamente ese instante, el del abrazo.  La sensación me duró hasta después de tomar unos mates y la homeopatía. Se supone que esa homeopatía era para bajar la ansiedad, pero según un amigo, no solo es un antidepresivo, sino que además debe venderse bajo receta médica, y que soy un inconsciente, que cualquier día de estos me va a dar algo. ¿Una crisis de ansiedad? 

Eso me pasa por no leer los prospectos médicos. Me pregunto quién lee esas cosas, para mí son como los manuales de los electrodomésticos, uno recurre a ellos cuando se rompe la licuadora, por ejemplo. Al parecer hay mucha gente que los lee y afirmativamente era un antidepresivo. Por suerte los cambié por unas sesiones de abdominales que, según el vecino de arriba que es futbolista, ya se me están notando los cambios. 

Hecha esa salvedad de los antidepresivos, la sensación del abrazo seguía en mi cuerpo y se sentía muy bien. En esos días no era muy común recibir muchos abrazos, bueno, ahora tampoco, o quizá un poco más… en fin, un año duro. La primera etapa de la pandemia entre tanta incertidumbre y paranoia, nos permitió a la mayoría de las personas transitar fuertemente las redes sociales.  Es entonces que en ese zapping entre Facebook, Twitter, Instagram, Tinder (éste no tanto ponele…) aparece en un video, de esos tipo virales o de publicidad, una chica hablando, llevaba una campera negra y un cerquillo que me llamó poderosamente la atención. Es esa dije, ¡es la chica del abrazo!  

El problema de los videos caseros y mal editados, es que ni siquiera dicen el nombre de la persona que aparece, ni que hace, ni nada. 

Cual detective, empiezo a ver de qué manera o con quién, podría desasnarme de mi duda. Así transcurrieron varios meses, hasta que un día di con ella en las redes

sociales, pero como casi siempre sucede, la gente tiene la mala costumbre de utilizar seudónimos, por lo que, si bien había avanzado considerablemente en la investigación, seguía sin saber su nombre. 

En esos días estrenábamos una obra de teatro. Creamos un evento de Facebook para promocionar el espectáculo y ella puso, “Tal vez asista”, entonces me dije: ese va a ser el momento. 

El día del estreno, minutos antes de salir a escena, le cuento a mi compañera de elenco sobre la chica del abrazo y le di infinitas descripciones pero, no sólo no supo atinar, sino que me advierte: “sorete, estamos por salir a escena, ¡concentrarte haceme el favor!”. 

Esa noche, tuvimos una gran concurrencia de gente y en la obra, mi personaje entraba y antes de dar la bienvenida, observaba a todo el público presente. Fue el cortejo, dijera Finzi Pasca, mas lago de toda mi vida. Miré minuciosamente cada persona presente, uno por uno, y no la vi. Mi personaje desahuciado se conectó enseguida y la función salió bastante mejor de lo que esperábamos.  

Cuando terminamos, lo primero que hice fue ir a abrazar a mi compañera, quien, efusivamente y descargando toda la tensión contenida, me grita “¡la puta que te parió!”.  

Nos fuimos a tomar unas cervezas, y con mi apéndice telefónico en la mano, dimos con la famosa chica del abrazo y por suerte para mí, y para todos los que me conocen, mi compañera sabía quién era. Recuerdo sus palabras: “es re crá y sí, es re linda”. 

Nunca fue a vernos creo, o quizá estábamos papando moscas y ni nos percatamos el uno de la otra, o viceversa. 

Lo cierto que, hace unos días, cruzo la plaza por la diagonal y veo una chica sentada leyendo un libro y sacando apuntes en una libreta, la miro y ese cerquillo es inconfundible.  

Nos miramos, ella con desconfianza, no era para menos. Le dije que disculpara mi intromisión, me presenté y le pedí para sentarme a su lado. Le conté las peripecias de los últimos meses para encontrarla y la necesidad de revivir la sensación que me invadió aquella mañana. Obviamente fue muy extraño. No sé si me creyó del todo, solo me abrazó y me dijo: “lo único claro que tengo en este momento es que me gusta hablar con vos”.  

Y es mutuo.


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